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«Era normal tener vergüenza, como si esta fuera una consecuencia inevitable del oficio de mis padres, de sus problemas de dinero, de su pasado de obreros, de nuestra forma de ser… Para mí, la vergüenza se convirtió en una forma de vida. En el peor de los casos era algo que ya ni siquiera percibía: la llevaba dentro de mi propio cuerpo.»
En La vergüenza, Annie Ernaux narra un episodio central en su adolescencia que la marca profundamente, un episodio de violencia protagonizado por su padre hacia su madre, en aquel verano de 1952. Un evento que actuará como un catalizador que fractura de alguna manera su percepción respecto del mundo, sumergiéndola en un sentimiento de vergüenza que impregna su identidad, sintiéndose indigna ante la sociedad.
Se trata de una lectura ágil, directa pero también muy intima, donde la autora desmenuza y explora muy bien los tiempos de su infancia y los efectos duraderos que la hacen revivir el incidente que sigue resonando en su vida adulta. El sentimiento de vergüenza, aparece aquí no solo como una reacción emocional, sino como un síntoma que entra en tensión entre lo que siente y lo que la sociedad demanda. Una narrativa ubicada en la Francia rural, donde la familia como en tantos otros lugares representa e identifica a un niño en desarrollo, y su familia había dejado de ser decente. Y con ello ahora tenía que empezar a arreglárselas.
La vergüenza puede ser vista como un relato de autoconstrucción y resistencia ante el impacto de aquella escena tan familiar pero de consecuencias perturbadoras. A través de la escritura, Ernaux busca dar sentido a los ecos inconscientes de aquel verano, transformando el sentimiento de vergüenza en una forma de memoria consciente que le permita reconfigurar su identidad y reconciliarse con el pasado.
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